A los 4 años, cuando volvía del Jardín de infantes, merendaba acomodado en el sillón con la tele prendida para ver a Godzilla. Una de esas tardes, después de que mi padre volviera de trabajar, le pedí que me lo dibujara.
Tomó un libro de Ciencias Naturales y calcó una imagen de un dinosaurio; cosa que yo, hasta ese entonces, no conocía.
Pero mas allá de mi encuentro con esta novedad, y con toda buena intención, le dije: "¡Esto NO es Godzilla!". Así aprendi otra cosa: Si querés realizar lo que imaginás y como te lo imaginás tenés que hacerlo vos mismo. Volver a tomar un lápiz desde ahí cambió para convertirse en asunto serio. Mas allá de que siempre haya sido un juego.
Mucho tiempo después, recordé ese momento y me pregunté si era capaz de dibujar ese capricho como me hubiese gustado de chico. Hace un rato, lo encontré en una cuadernola y decidi ponerle color... Como tantas cosas: la búsqueda de una flor dio paso a la conquista de un jardin.
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