Mi mamá cuenta que aprendí a pronunciar mis primeras palabras antes que a caminar, que me llevaba libros a la cama cuando todavía no sabía leer, que escribía poemas en los márgenes de las enciclopedias cuando aún no cruzaba la calle sola. Siempre amé las palabras; decirlas, escucharlas, escribirlas, leerlas, jugar con ellas como si el lenguaje fuese un cubo rubik en mis manos, por eso desde un primer momento supe que cuando me tocara elegir iba a tomar ese camino. Las palabras son mi libertad. Hoy soy correctora especializada en textos jurídicos, redactora y escritora, y gracias a eso también soy feliz. Gracias a las palabras, para mí el mundo es un parque de diversiones en el que la gente habla con la mirada y lo máximo que puede llegar a dolerme es un raspón en la rodilla por caerme de alguna nube, o un chichón en la cabeza por andar volando en la cocina. Gracias a las palabras siempre seré una niña que puede encontrar toda la belleza que necesita para sobrevivir en una pelusa sobre la alfombra.
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